En el corazón de Bogotá, donde las nubes rozan la cima del cerro Monserrate, un Jeep Grand Cherokee desafió la gravedad, la lógica y las escaleras. Hace dos décadas, ese vehículo escribió una de las hazañas más insólitas del automovilismo colombiano.
Hace 20 años, una Jeep Grand Cherokee logró lo impensable: subir las escaleras de Monserrate en Bogotá. No fue una campaña publicitaria ni un truco de cine. Fue una travesía real, desafiante, peligrosa y hoy, legendaria.
Esta es la historia de Julio César Mejía, el piloto que condujo el Jeep hasta la cima, y de Daniel Pereira, el artista automotriz que rescató la camioneta y la restauró para devolverle su lugar en la historia.
Todo comenzó cuando el Club Santamontes, en su aniversario número 25, quiso dejar huella con un evento inolvidable. La propuesta fue clara: subir un carro al cerro más emblemático de la ciudad. En un principio no se pensó que el ascenso sería por las escaleras, pero para sorpresa de todos el camino que habían elegido estaba lleno de árboles y la única opción eran las escaleras.
Jeep aceptó el reto de acompañar al Club en esta travesía. Se conformaron tres equipos, cada uno al mando de un Jeep. “Dos camionetas eran Liberty y una Grand Cherokee”, recuerda Julio quién estuvo tras el timón de la Cherokee, la única que logró llegar a la cima.
Julio César Mejía fue elegido como piloto de esta camioneta por dos razones: primero porque era socio del club y segundo porque había ganado once campeonatos nacionales de Trial para aquella época, un disciplina que se enfoca en la habilidad del piloto para superar terrenos desafiantes.
Julio puso al servicio del equipo su propia herramienta, pero le pidió a Pablo, su hijo de 11 años, que lo acompañara y que se encargara él mismo de manipularla y cuidarla. Era el integrante más jóven del equipo y asumió con todo el compromiso y responsabilidad el trabajo de herramientero en este desafío.
Uno de los tramos más desafiantes para subir al vehículo fue la parte central, la del caracol. Para pasarlo, el equipo hizo un rectángulo con tubería de PVC para tomar las medidas y verificar que el carro pudiera subir, así se dieron cuerta que requerían unos tablones para la parte más curva. Conseguieron rápidamente los materiales y los adecuaron para seguir adelante con el reto.
El ascenso tomó 10 horas y media. Iniciaron a las 9:00 a.m. de un lunes y llegaron a la cima pasadas las 7:30 de la noche, recuerda Julio, quien llegó literalmente “entumecido” por el estrés, la tensión y la responsabilidad que llevaba. Al bajar del carro el piloto se desplomó al piso y duró un buen tiempo en que no se pudo sostener de pié.
Otra anécdota memorable la protagonizó Pablo, quien en medio del cansancio le pidió a su padre que le permitiera subirse a la camioneta cuando faltaba una hora y media de camino. Esa fue la mejor experiencia para este niño porque después llegó a su colegio a contar que él había sido el único niño que subió a Monserrate por las escaleras a bordo de un carro.
Descansaron esa noche y al día siguiente, miércoles, iniciaron el descenso que duró 11 horas más.
Lo más difícil, según Julio, no fue subir, fue el descenso porque llovió mucho y el piso estaba impresionantemente liso. “Yo iba prácticamente de pie en la pedalera del carro. Estaba en posición vertical mientras el carro estaba a 60 – 70 grados. Recuerdo que podíamos ver el abismo y la terraza del edificio Colpatria y pensaba que ante un desprendimiento no había nada que hacer. En ese momento dimensionamos mucho más la locura en la que estábamos metidos».
Todo se hizo con una precisión milimétrica. “Fue una obra casi de relojería, porque cualquier error podía ocasionar un accidente”, asegura Julio.
Años después, la Grand Cherokee pasó a manos de otros dueños, hasta que fue encontrada en Pacho, Cundinamarca por Daniel Pereira, restaurador, quien se dio a la tarea de seguirle la pista hasta encontrarla. Era literalmente el rescate de una leyenda.
Daniel compró nuevamente la camioneta. “En términos generales estaba buena: estructura, motor, transmisión. Todo en condiciones normales para los años y el uso que ya tenía”, dice.
La restauración tomó seis meses. «Fue un trabajo arduo, de mucho detalle. No tocamos ni el motor ni caja, pero revisamos cada sistema para dejarla como nueva. Queríamos devolverle la vida sin alterar su esencia», cuenta Daniel.
El resultado fue tan exitoso que Daniel no duda en decir que con esta restauración la camioneta “podría volver a subir por las escaleras a Monserrate otras 20 veces sin ningún problema problema».
La Grand Cherokee de placas BRD 509 es modelo 2005 y justo este año celebra los 20 años de aquel ascenso histórico. “Es un carro que aguanta el uso y el abuso y con buen mantenimiento, pueden durar muchos años más», dice Daniel con total convencimiento.
El próximo 6 de junio, el Jeep volverá a ser exhibido al público. No subirá de nuevo, pero estará allí para recordarnos que hay historias sobre ruedas que no se olvidan. Historias de pasión, de ingenio, de locura, y sobre todo, de amor por los caminos que parecen imposibles.
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